sábado, 20 de diciembre de 2008

XINORLET



Por Ramón Fernández Palmeral



Singladura


Salí de mi casa alicantina sobre las 10 de la mañana del Jueves Santo, 13 de abril de 2006, el día se presentaba con un cielo nublado con ganas de dar guerra pero sin llover a mares. Me acerqué al kiosco de prensa de la plaza de la Viña para comprar el Tomo I sobre las obras completas de Miguel Hernández, pero no las habían traído. Como siempre tomé mi autovía A-31 hacia Madrid, tráfico denso en sentido contrario, es puente de Semana Santa, y Alicante no es que sea la famosa playa de Madrid sino que se ha convertido en el chiringuito de Madrid. Luego tomé el desvió para Novelda, crucé la villa modernista de sur a norte hasta salir por la iglesia de San Roque, pasé junto a un parque bien vestido de árboles verdes, amarillos y anaranjados, que dejé a mi izquierda; tomé a la derecha la CV-835, que nos lleva por una sinuosa carretera bien calzada de asfalto hacia Monóvar que dista unos 10 kilómetros. Pasé por la puerta del restaurante «La Candeleta» en el Centro Deportivo "Cucuch". Pasé por una vaguada o rambla que estaban tapando con acumulación de tierra de escombreras. Un poco más adelante, a la derecha veo al casa de los peones camineros, muy bien arreglada como un chalet, es la misma casa de la que nos habló el alcoyano Rafael Coloma en la página 218 de su libro Viaje por tierras de Alicante, de 1957, con su estilo azoriniano, donde podemos leer:

"La casilla de peones camineros, a mano derecha, anuncia en letras negras que hasta Villena restan 34 kilómetros. En los cuatro (sic) finales del trayecto la carretera planea hasta Monóvar. Desde la casilla verás, amigo, un fondo de montañas azules, violeta, grises, a modo de medio círculo: la peña de la Zafra, La Solana y la sierra de Cámara, de izquierda a derecha. Y Monóvar, apiñado, confuso, jalde, entre dos colinas".



Efectivamente, las descripciones de Rafael Colma, que había viajado en galera conducida por un galerero en el pestante, son correctas, el terreno llanea, y antes de entrar en la muy noble, fiel y leal ciudad, acostada en un valle vigilado por dos cerros, uno de ello fortificado, se ven las dos cúpulas azules que destacan entre los tajados moriscos de las casas, la más elevada es la ermita de Santa Bárbara, la otra es, sin duda, la de la iglesia parroquial de San Juan Bautista, son visibles sus circunferencias como gigantescos globos o adornados de celofán huevos de Pascua, y sobre una loma cenicienta vemos una mancha avinagrada de lo que parece un castillo moro de altas y engañosas almenas, lejanas, ocultas en el gris de este cielo que nos acompaña hoy con su festón rojizo y su mano temblorosa. Empezaron a caer algunas perezosas e incordiante gotas de una lluvia deseada y anunciada en los partes meteorológicos, y continué la marcha con cierto enfado, sin saber muy bien si es porque llueve o porque no llueve como Dios manda.

Unos carteles de situación nos anuncia a Monóvar o Monòver en valenciano, un poste amarillo me señala la entrada a la villa y me topo, de pronto, con un edificio ocre, con una torre circular a modo de castillo medieval que es el cuartel de la Benemérita, nada más y nada menos. En un balcón donde ya no ondea la bandera nacional pende un cartel rojo y gualda que no dice orgullosos: «Todo por la Patria», como si los demás no lo diéramos todo también por la Patria. Es una antigua fortaleza que, como arqueología arquitectónica me obliga a parar en la gasolinera de Petronor, entré para hacer unas fotos, con recelo, claro, porque esto de hacerle fotos a las instalaciones militares nunca fue permitido. Pero tras este alto, momentáneo del recuerdo, de mis recuerdos, continué mi viaje por una avenida a la izquierda, una avenida con cierto desnivel, ligero desnivel. Pensé que lo mejor era llegar al final de la singladura que me había propuesto hoy, la de llegar a la pedanía de Xinorlet y luego regresar tranquilamente otra vez a Monóver.

Esta avenida que sube se llama Ronda de la Constitución, paré el coche como es preceptivo ante un semáforo en rojo. A los pocos segundos oí un golpe, el coche que me seguía recibió un alcance por detrás de otro vehículo, tuve suerte de que no tocaran al mío, hubiera sido un lamentable fin de meta, pero Xinorlet me esperaba, y me aguardaba como un amigo, y con una suerte de sorpresas, y, claro no podía yo acabar así, tan tontamente con un golpe en el coche, en mi Nissan Almera de gasoil. Continué mi camino, pasé junto a una calle que se llama Españoleto, me pareció un callejón inmundo, una pena que este pintor barroco valenciano nacido en Játiva en 1591, que se llamaba Jose Ribera, tuviera en Monóvar un callejón nada más, un callejón sinuoso, angosto, tenebroso pasaje de mala impresión, sobre todo para los que sentimos la pintura como una de las más bellas artes que el hombre haya podido crear, porque pintar es crear más que fabricar artesanía. Dejé la calle de El Españoleto y pienso de visitarla a mi regreso.





Dirección Xinorlet

Tras sortear dos rotondas, una de ellas con dos viejas cubas en el centro a modo de esculturas, tomé la circunvalación dirección a Pinoso o El Pinós en valenciano, situada a 17 kilómetros, Xinorlet está cerca y lejos según se mire, marca una distancia de 11 kilómetros, pertenece al término municipal de Monóvar. Tras sortear algunas ondulaciones del terrenos aparece, entenso y labrado una especie de páramo sembrado de parras y esquejes de vid. Encuentro un desvío a la derecha para Las Salinas, luego un cruce señalizado con conos verdes de señalización en el centro de la calzada, marcando un cruce peligroso, para evitar que ningún bruto conductor pueda hacer un adelantamiento peligroso, el cruce señala al sur para La Romana y para el norte Hondón o El Fondó. Tras pasar el cruce veo a mi izquierda las Bodegas de Santa Catalina de Mañan (no tienen catálogos para el público), pertenece a la denominación de origen de Alicante, me dije que al regreso compraría vino. El campo, como un placer vinícola se extiende plano como una plancha; la cepas están despertando del rígido invierno, y de sus cepas, salen como brochas verdes los nuevos pampanicos, son de un verde cinabrio claro; algunas plantas son nuevas, todas ellas alineadas como una plantación de números cartesianos, o como un ejército de soldados del vino en un desfile, porque decir vino es decir "vino-lopó". La agricultura primorosa es del almendro, ya cambiaron el peluche de su flores por dedales de almendras embrionarias que en el otoño se convertirán en turrón, según y como la tradición manda. La almendra junto a la vid fueron, casi los únicos cultivos, más algunos manchones de olivos verdiales, el sustento de estas gentes. Aquí el vino envejece en los barriles de roble ocultos en las cuevas, y también la uva de mesa, la famosa uva del Vinalopó. Ahora la gente vive, generalmente de las canteras de piedra natural y del mármol, y también de la restauración, porque Xinorlet tiene fama desde antiguo de ser venta, de ser un buen comedor para los pasajeros hacia Pinoso y Yecla. Dejé una gasolinera y un bar de carretera a mi izquierda, que no tiene nombre, sube una lenta cuesta, abundan los caseríos entre los pinos, a la izquierda aparece el cruce que anuncia Casas del Señor 2 kilómetros.

Luego, tras una curva a la derecha, destaca el pueblo de Xinorlet con sus techumbres de teja morisca y fachadas de piedra vista, típicas de los pueblos ocres del Vinalopó, esa piedra amarillenta con ciertos tonos de tierra tostada que sirve para la construcción en mampostería. El cielo se muestra terco con su insistente gris de órganos, lo cual impide mi total alegría visual. Me encuentro un stop que marca la entrada a Xinorlet, cuyo nombre está marcado también en castellano Chinorlet. Es un pueblo más que una pedanía, al fondo se muestra con un festín de colores musicales el Monte Coto del que se han extraído importantes cantidades de mármol, y el Monte Chirivell, donde está La Cueva de la Arena fósil. El pueblo tiene uno 150 vecinos, y en verano se dobla por el turismo de interior y los vecinos que han emigrado a otras zonas de trabajo. Xinorlet es un ejemplo de convivencia. Los únicos que metieron la pata en este pueblo fueron unos británicos a los que les cogieron una fardos de hachís en un chalet, y el nombre de esta joya de pueblo pasó a las páginas de los sucesos, caldo amarillo de los chismorreos mal intencionados.

El pueblo es un mar de silencio cromático, a la derecha veo un cartel de la venta de una vivienda de antigua construcción, uno desea vivir en estos pueblos, descansar para siempre bajo el canto del gallo y el ladrido lastimero de algún perro que te quiera con absoluta fidelidad. Un labrador limpiaba un tractor, no me ve porque me señala su espalda. A la derecha me sorprende el nombre de una de las calles o avenida principal, que se llama: Federico García Lorca, dedicada a este universal granadino que fue amigo de Pablo Neruda y le tenía «alergia», según la filósofa veleña María Zambrazo, a Miguel Hernández, el poeta de Perito en lunas. A la mitad de la calle, si la pudiéramos doblarla como un papel, se eleva, a la derecha, amigos, la torre campanario de la iglesia, y frente a la iglesia se abre un anchurón a modo de plaza que es la calle Cervantes, aquí está el Teatro Cervantes o de Chinorlet, que no veo, o tampoco me paré a buscarlo, porque la luz contraria de la torre, balcón de estas tierras, luce altiva, ocre con su reloj que me marca las once y veinte minutos. Aquí las calles están desiertas, pero al primer hombre que me encuentro, me llama la atención el color de su bella piel chocolate, es un hombre parado en la acera y en silencio de pasión que evita mirarme, sin duda es un extranjero de los muchos que habitan nuestro pueblos del Vinalopó, porque mientras ellos buscan el muslo tierno de nuestros pueblos, nosotros buscamos el cuello duero de la ciudades. Las calles tienen nombres de escritores españoles: Unamuno, Valle-Inclán, Azorín…, y otra a don Emilio Castelar, el último presidente de la I República que aunque nació en Cádiz era de Elda. Aparqué el coche frente a un transformador, y me acerqué a la iglesia, cuya puerta cerrada me impedía la entrada al sosiego del espíritu.



Trasteé la puerta por si estaba abierta, que suele pasar, y vi que desde el estanco, junto a la tienda de ultramarinos de los Pérez, situado en frente, salieron tres mujeres que me preguntaron en valenciano que si quería entrar, le dije se que me gustaría verla por dentro, y ellas muy diligentes me abrieron la puerta de madera de dos hojas color pino barnizado. Una vez dentro me sirvieran de estupendas guías. Me llamó la atención la amplitud de la iglesia dedicada a la advocación del Sagrado Corazón de Jesús, es amplia, grande para tan pocos vecinos que son ahora, antes legaron a haber 434, en 1910, me dijo una de la mujeres, porque de antiguo hubo mucha más población que ahora, la gente joven ha salido a estudiar y se han buscado trabajos que no son la agricultura. A la entrada hay una mesita con la hoja parroquial de los Javerianos, y una estampa de la Madre Paula de Jesús Gil, Fundadora de las Franciscanas, es una monja que nació en Vera (Almería), el 2 de febrero de 1849. Echo unas monedas a un velamen eléctrico para que sirva como limosna. Me dicen que la iglesia se construyó a primeros de este siglo, aunque que la torre se construyó después, más tarde por doña Antoliana, la que está en la lápida de la entrada. Aquí podemos ver una antigua foto de la construcción de la torre.



-¿Le gusta como está...? –me preguntó por la iglesia una de la mujeres, de pelo con cierto tono pelirrojo, es dispuesta, habla valenciano, porque en esta zona es de habla valenciana, pero con tolerancia con bilingüismo, y como se da cuenta de que no lo hablo me pregunta-. ¿Usted entiende el valenciano, no?

-Sí, lo entiendo pero no lo hablo, llevo ya aquí en Alicante más de quince años.

He observando que cuando uno no sabe valenciano lo mejor es no intentar hablarlo con ellos, porque en cuanto te localizan el acento, ellos cambian el registro y no te contestan en valenciano sino es castellano, es la norma de este bilingüismo tolerante de los valencianos del Vinalopó. No como en otras zonas donde o lo hablas o te quedas in entender nada.

Como es Jueves Santos, las mujeres han engalanado el altar, lo han adornado con abundantes flores de muchas variedades y colores: lirios, lavanda, jacintos y floresta menuda que fortalecen la espiritualidad de la Pasión del Señor. Todo reluce, todo está muy limpio, los bancos de madera se ven perfectamente alineados, a la derecha del altar y sobre una especie de mueble cubierto con un sobre mantel blanco y bordado, aparece primorosa, una pequeña imagen de La Piedad. En el altar hay un Corazón de Jesús. Se cuanta en Xinorlet que el primer Corazón de Jesús, lo trajo un señor de Barcelona en 1915, le llamaban cariñosamente “Frasquito”, no al catalán sino al Corazón de Jesús, que era de madera. Cuando llegó la guerra incivil, un vecino llamado el tío Pito se lo llevó y lo enterró para salvarlo de las hordas antirreligiosas de los milicianos. Durante la guerra esta iglesia fue mercado y destruyeron la Virgen del Rosario, querían demostrar que ellos pasaban de religión. Pasada la pesadilla de la contienda trajeron otra talla de Olot, una talla de escayola, porque “Frasquito”, que pesaba mucho para procesionarlo, se quedó en casa del tío Pito y está actualmente en Pinoso. Este Corazón de Jesús actual no es “Frasquito”. Cuenta Encarnación Guardiola que fue con Manolita Amo a la estación del tren de Monóver en un Ford a recoger el Corazón de Jesús que habían comprado en Olot, y con cuanto cuidado lo trajeron a Chinorlet en el asiento de tras sobre sus faldas.

En los muros de las paredes laterales aparecen hornacinas con imágenes de Virgen de los Remedios y del Rosario, y una talla de un santo que hizo un artesano del pueblo. Bajo el altar hay una especie de lápida tapada con un precioso velo o mantilla española de encaje finísimo, bordadas con rosas de color azul marino, que nos trae una sinfonía del aroma de las propias rosas.

A la mujer pelirroja le acaban de llamar Inmaculada, y ésta mujer se acerca a mí para decirme que la mantilla es de ella, y yo, que sé de encajes más que los de Flandes, porque mi madre fue una gran bordadora infatigable de velos en los bastidores, reconozco el trabajo bien hecho, como el de bolillo muy usado aún en Andalucía.

Una de la mujeres es una mozuela de 72, usa gafas, es dispuesta, discreta, y me dice que ha nacido y vivido toda su vida en Xinorlet, y esa seguridad con que lo dice, oculta una alegría que le rodean las mejillas. Yo que soy un nómada, la envidio, envidio a los que no se mueven de sus pueblos de por vida. Le pregunto cómo es su apellido y me responde que es: Leal Albert. Y el apellido de Albert me recuerda al del poeta y escritor alcoyano Juan Gil-Albert. La tercera mujer es rubia de tez clara rosado, una cara de porcelana fina y agradable. Aquí en estos pueblos uno se siente como en su casa, la gente es hospitalaria, tiene ganas de atender al viajero perdido y hambriento de saberes populares, que hay que sacar con mucha discreción. Gentes que no tienen prisas y se explayan en la conversación con minuciosos e interesante detalles que a mí tanto me deleitan y me enriquecen esa parte de investigador que uno lleva dentro grabada como la efigie de una moneda. Inmaculada, estuvo hablado en valenciano de la seriedad de las procesiones en Cartagena, y cuando tiene la atención de dirigirse para mí, lo hace en castellano, y aunque lo entiendo, lo agradezco como un vaso de agua fresca. Luego respondo que tanto en Málaga como en Cartagena las cofradías han estado patrocinadas por militares, y esto se nota, hay organización, seriedad, desfiles y también regocijo. Esta mujer sabe explicarse muy bien, tiene cultura. Al salir de la iglesia me enseñan la casa de fue del cura, cuya puerta está dentro de la iglesia, ahora viene el cura de Monóvar y se llama David, a los curas hace tiempo que le quitaron el don, porque Jesús, que sepamos, tampoco tenía ni don ni Ilustrísima, ni Excelencia.

-Yo tengo un conocido en Xinorlet, le digo a Inmaculada- lleva una página web de la Asociación de los vecinos. “La Bombilla”.

-¿Cómo se llama?

-No lo recuerdo bien, creo es Álvaro, pero no estoy muy seguro, me escribió una vez, hace tiempo e hizo un enlace con mi página de “Singladuras por la comarca del Vinalopó” le prometí que vendría algún día a su pueblo, y hoy me ha tocado. Hace tiempo, años, estuve comiendo aquí, no recuerdo como se llamaba el restaurante.

-Será el Elias…, es de los principales.

-Sí, creo que es el Elias. Recuerdo que una vez vine con unos amigos a comer una paella de Arrós en conill i caragols, con ñora, hecho a la lecha, estaba riquísimo. El propio Elias, un hombre avezado en la gastronomía popular, nos estuvo contando que él tenía los caracoles un par de meses comiendo tomillo para que se purguen...

Al salir de la iglesia me detuve a fotografiar la placa de mármol gris azulón estampada en la fachada de la torre, es una lápida conmemorativa en recuerdo y agradecimiento a la iniciadora de las obras de esta torre campanario, que con su ojo de reloj y sus campanas con remate de cruz en pararrayos, se asoma sobre este pueblo. Las obras se iniciaron un 30 de octubre de 1927, gracias a la voluntad de doña Antoliana Navarro. No sé si se trata de la misma señora doña Antonia Navarro Mira de Novelda, nacida en 1866, podría ser la misma que mandó construir la iglesia de La Romana y la Casa Modernista de Novelda.



Salí de la iglesia del Corazón de Jesús en un estado contemplativo, la contemplación consiste en comprender la voluntad de Dios, ardua empresa. Me despedí de las tres xinorlesas mujeres a las que le guardo un recuerdo de gratitud. Di unas vueltas por las calles vacías de gentes y lleno de poesía urbana, vi a un precioso perro de pelo negro y blanco espiritual de la raza cocker, y también a un gato grande de pelo aleonado, cabezón y sigiloso; animales domésticos, y algunos más inteligentes que las personas, a los que le hice unas fotos. Pasé por la puerta del Restaurante Xinorlet, que es un restaurante con ambiente totalmente rústico que cuenta con tres salas reservadas; y desde aquí a la plaza de San Isidro donde hay unos columpios con jardín infantil de infernales chinorros. Desde aquí se ve el Restaurante Elías pintada la fachada de color rosa alegre, tiene aparcamiento techado, y en los aledaños se acumulan gavillas de sarmientos secos, la llama violácea del sarmiento y de las viejas cepas le dan a las cazuelas y paelleras el justo fuego que necesitan el asar las chuletas de cordero, y, además un toque de horneado a los arroces. Este Restaurante ha sido de siempre un santuario gastronómico donde más que comensales acuden peregrinos a sentarse a la mesa con verdadero sentido de comunión, conscientes de que cada cucharada no se volverá a repetir, cada cucharada está llena de sabores diferentes, de cromatismo y de filosofía, y sobre todo cuando entra con un vino, sea de Culebrón o de alguna cueva oculta particular donde madura el vino con el reposo de la constante temperatura y la mano cariñosa y artesana que cortó la uva, la pisó y la envasó.

Desde el Restaurante Elías, o mejor dicho "sanatario casa de comidas" sale una amplia carretera de cemento hacia una aldea oculta, delatada por su alta torre campanario. Como se veía a tiro de piedra me acerqué hasta allí, se llama Cases del Senyor, (ver foto de los años 60 de Jose María Martínez) o Casa del Señor Duque de Híjar, que era el dueño de esta tierras y fue protector del convento de los capuchinos de Monóvar, cuyo escudo de armas aún se conversa en el dintel de dicho convento. La torre de la iglesia de Cases del Senyor me llevó hasta aparcar cerca de un jardín nuevo, le pregunté a una mujer dónde estaba yo, para entrar en conversación, y me dijo con mímica negativa de su cabeza que no entendía nada, era extranjera. Porque la casa junto a la iglesia que es de un extranjero. Hice unas fotos es la iglesia de nuestra Señora del Remedio que así es como se llama. Cuando hacía las fotos pasó una mujer de cierta edad, con delantal, y me dijo en valenciano que no quería “retrat”, pero respeté su parecer y no se la hice. Aquí existe una Casa Cueva de 150 años de antigüedad que se alquila, tiene dos habitaciones. Tras mi corta visita y mis fotos correspondientes a Cases del Senyor, regresé a Xinorlet que es más pueblo, entré por el camino que llevaba a un Restaurante que se llama La Pinada, que creo ya no funciona y tiene habitaciones, lo llevaba una familia de catalanes. Aquí, en La Pinada, junto al camino hay una especie de alberca seca, una pinada escuálida, y unas casas de fachadas desconchas y abandonadas, las cuales merecieron mi atención plástico-artístico como entelequia de un pasado histórico agrícola.

Luego, tranquilamente y sin ganas salí del pueblo de Xinorlet por el mismo lugar por donde entré, y el hombre, que antes estaba limpiando el tractor seguía en la misma faena, que vuelto de espalada no se apercibió de mi despedida ni siquiera de mi llegada, lo cual es un signo de la tranquila vida sosegada en el trabajo. Tañeron las campanas de las doces que me obligan a doblar la cabeza y a mirar al campanario y recordar a las tres samaritanas, ya lejano, ya sonoro, ya distantes, adiós, hasta pronto...

De Xinorlet fui a Monóvar. He de decir que Xinorlet es un pueblo tranquilo donde la paz tiene su sofá. Aquí he de volver.



Algunos datos y personajes de Xinorlet

Xinorlet tuvo su máximo esplendor en el año 1910 cuando llegó a un censo 434 habitantes de hecho. En la actualidad hay censadas unas 150 personas, que en época estival se duplica. Hay una ruta ecológica del Xirivell, un recorrido perimetral por el campo pasando por casa del Xirivel, de donde toma su nombre la ruta. Si leemos la descripción de la ruta en su página web de la Asociación de Vecinos, nos informaremos de la historia, de la flora y de los caminos consagrados a la tranquilidad y al paisaje de esta zona paradisíaca, hasta llegar a un embalse que le llaman el pantano. También podemos leer la historia de la Ruta de Chirivel cuyo autor en José Manuel Mateo Grao.

En Xinorlet hubo un famoso maestro que se llama don José Picó que nació en Pinoso el 19 de enero de 1917. Cursó estudios en la Escuela Nacional de Magisterio de Alicante, graduándose en 1936 con el número 1, y comenzó sus prácticas en el Chinorlet, hasta que fue movilizado en 1937, y destinado al futuro frente de Teruel, hasta el final de la guerra civil. En 1939 se reintegra como maestro a la escuela de Chinorlet, y en 1945 gana las oposiciones y se traslada a Cañada del Trigo, con plaza en propiedad, donde estaría 30 años. Ahora, en 2002, el alcalde de Pinoso le concedió el escudo de oro de la villa.

La actriz y periodista que fue del Canal 9 Pilar Algarra nacíó en Xinorlet 1964, trabajó como actriz en el montaje de Pinocho, de Bambalina Titelles. Dirigió la obra La vida de un acto en el Paraninfo de la Universidad de Alicante y en París.

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